PINCHA EN LAS PESTAÑAS PARA VER EVENTOS Y LIBROS

lunes, 30 de noviembre de 2009

Mar Rojo... De nuevo


¡Bueno!, de nuevo ha llegado el momento de hacer maletas, preparar equipajes de buceo, comprobar que todo funciona correctamente. Todo ello con esa emoción casi de primerizo que siempre me producen estos viajes.

Esta vez nos vamos al Mar Rojo. Ya estuvimos alli en Abril de 2006. Después ha habido muchos otros viajes a otros paraisos pero, la opinión consensuada, es que este es el mejor lugar de buceo que hemos conocido hasta ahora.

Y como algo hay que resaltar de entre las muchas cosas maravillosas que encierran estas aguas, para mi, que soy "chatarrero" impenitente - o sea, que me encanta bucear en barcos hundidos - el pecio Thistlegorm es uno de los mayores atractivos de este viaje.

Un poco de historia:

En 1941 en plena Guerra Mundial, el carguero inglés Thistlegorm, tras rodear el continente Africano, para evitar a los buques alemanes, es avistado por una escuadrilla de aviones alemanes, que le lanzan un par de bombas, que hacen que mueran 14 de sus tripulantes por el impacto y el buque comience su inevitable hundimiento.

Este es el origen de este pecio, sin duda el más espectacular del mundo, por las aguas en las que se encuentra hundido y por su carga (motocicletas, coches, alas de avión, e incluso una locomotora).

El 2 de junio de 1941 con destino a Alejandría salió del puerto de Glasgow, se dirigió a algún lugar del sur de Inglaterra, donde se armó con ametralladoras y de ahí lideró un convoy con destino Sudáfrica.

Tras su parada en Sudáfrica, el convoy entró en el Mar Rojo la tercera semana de septiembre. En la entrada del Mar Rojo, recibió el capitán la orden de esperar instrucciones. En esos momentos el canal fue bloqueado por dos buques y el Thistlegorm se quedó dos semanas por el sur del canal, hasta que llegó a los alemanes el rumor de que un buque del tamaño del Queen Mary se hallaba en esa zona con el objeto de descargar tropas en el norte de África. En 1941 el ejercito Alemán controlaba todo el Mediterráneo.

Fue hundido por un avión Heinkel 111's Alemán a las 22:50 h del día 5 de octubre de 1.941 mientras estaba fondeado esperando a su buque escolta.

El barco estuvo prácticamente en el olvido hasta hace unos pocos años y fue descubierto por el Comandante Cousteau el cual mantuvo sus coordenadas en secreto durante bastante tiempo.


Luego, al regreso, os contaré alguna cosa más. Pero ahora he querido dejaros un regalo, para aquellos que tengais, en algún momento, 10 minutos para disfrutar.

¡A vuestra salud!.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El miedo que me dejas...


Caminar a tu lado es saber decir adiós.

O aprender a despedirme del miedo
que me dejas cada vez que te vas.


domingo, 22 de noviembre de 2009

EL CUENTO DE MAR (Gracias a Javier Ribas)

Es dificil para mi negarle nada a Javier Ribas. En este caso la propuesta era encantadora: había prometido un cuento a su amiga MAR. Puede que no sea este un cuento de princesas al uso; pero mo me cabe duda de que es un cuento de caballeros, que es lo más cercano a ese sueño de castillos y dragones. Esta vez me acompaña Mark Knopfler.



EL CABALLERO DE LA TORRE

El caballero sube desde la cripta hacia la estancia al oír ruidos en el exterior. Han pasado muchas horas desde la madrugada en que se postró ante el sepulcro para orar. Su cuerpo, entrenado para la austeridad y la guerra, no muestra rastro de fatiga. Se mueve ágil al subir la espiral de la escalera que, poco a poco, va anunciando la luz tamizada que alumbra la sala principal de la torre. Todo en él es fuerza y poder bajo su sobrio manto y la pesada armadura que viste, de los cuales no ha de despojarse jamás.

Alonso sube pausadamente los escalones y es como si hubiese iniciado un viaje hacia el pasado, ese pasado que vive junto a él, pegado a los muros de aquella torre. Se mezclan sonidos de guerra y gritos de angustia en su cerebro; el eco de pasos que llenan salones reales y, más que nunca, el sabor acre de la arena del desierto en Jerusalén.

Escucha su propia respiración, solemne, a medida que asciende peldaño a peldaño, y su mano ha ceñido el puño de la espada que cuelga cerca de su pierna derecha desde siempre. Al menos eso cree el Templario: aquel acero ha estado a su lado tanto tiempo, que se ha convertido en otro apéndice del guerrero.

Por un extraño azar, acude a su mente el desfiladero de Qurum-attun. Tierra Santa, 1187; a las órdenes de Guido de Lusignan. Saladino aplasta a las fuerzas templarias y hospitalarias. Alonso Miñarro revive por enésima vez el dolor de la enorme herida de su hombro izquierdo; la sangre manando de ella hasta teñir la arena que le sirve de sudario; el retumbar de los cascos a su alrededor. Luego, la oscuridad de la noche y el frío intenso sobre su cuerpo muerto, ahora tan vulnerable. Los ojos cerrados bajo el yelmo que protegió su cráneo en la batalla.

Escucha de nuevo el ruido que lo sacó de su oración: los ladridos de un perro y, bajo ellos, una voz incomprensible, leve, que se mezcla con la luz de la tarde. Ha escuchado ladrar a muchos perros y aquel sonido tiene algo de especial que el soldado no llega a comprender. Cuando alcanza el último de los escalones que ascienden desde la cripta, aún no ha desentrañado el misterio. Pero solo van a hacer falta unos pocos pasos para que comience a entender. El sol que entra por el lucernario superior de la torre, arranca un reflejo a su armadura cuando Alonso se sitúa frente a la única abertura que comunica con el exterior, protegido en la oscuridad.

Fuera, la pequeña Mar se ha parado al creer ver un destello en el interior de la torre. Si, está segura: lo ha visto. Su manita sujeta inútilmente la correa del perro que, ajeno, corre por el bosque, y mira hipnotizada aquella abertura negra que rompe la arquitectura compacta de la torre. Pasan segundos o años: el caballero y la niña se sienten atados a sus pies. Han dejado de ser dueños de la voluntad que podría impulsarlos a avanzar o bien a huir de aquel lugar. Detrás de la reja que forma la celada del caballero, sus ojos acostumbrados a escudriñar la noche, permanecen fijos sobre el pequeño cuerpo que, en medio del bosquecillo, parece una estatua perfecta. La mano que ciñe el pomo de la espada se crispa y, un segundo más tarde, cede la fuerza y los ojos de caballero se vuelven curiosos.

Mar ha comenzado a andar, decidida, hacia la Torre. Alonso, con un escalofrío, vuelve a notar la tensión en su mano y el corazón se acelera. La luz que atraviesa el yelmo dibuja líneas oscuras en sus ojos que, instintivamente, tratan de buscar un refugio. Algo le ha detenido: acaba de sentir vergüenza. Él, guerrero en decenas de batallas, la presencia que aterra al enemigo, está tratando de huir de un ser indefenso: una niña pequeña. Sin lograr que el miedo escape de los ojos libra su mano de la espada y asienta los pies sobre el suelo de aquella estancia que lleva siglos recorriendo. Espera.

No muestra el más mínimo asombro: es como si para la pequeña, después de haber entrado en un castillo medio derruido, lo más natural fuese hallar la figura real de un guerrero. ¿Cómo te llamas?. Y Alonso suda y duda y el brazo izquierdo hace un inútil movimiento hacia la espada y, sin voluntad murmura “Alonfo”. ¿Quéeeee? — es la respuesta incrédula de Mar —. “A-lon- fffo” — intenta puntualizar en un tono algo más alto el templario —. ¡Eso no es un nombre!. ¿Vives aquí?. ¿Qué haces?. ¿Por qué vas vestido de esa forma tan rara?.

Alonso se siente mareado. Lleva siglos sin oír voz alguna y aquel pequeño ser, que lo mira fijamente desde abajo, pregunta y pregunta cosas para las cuales no tiene respuesta. Porque él nunca ha tenido que dar respuesta a las cosas que suceden en la torre. Ni siquiera sabe por qué está allí: simplemente está. No sabe por qué cada día se postra ante el sepulcro de la cripta ni quien yace bajo aquel túmulo. No sabría decir por qué ora ni desde cuando lo hace. Está sintiendo cosas que no puede interpretar. Por ejemplo: su corazón se comporta como cuando entraba en combate. Late con fuerza, muy deprisa. Siente temor y placer y todos los músculos se tensan sin dolor.

Mientras tanto, Mar sigue preguntando cosas, distraída, sin esperar respuesta del caballero que la contempla abatido desde la protección de su yelmo. Se han sentado, ni siquiera sabe por qué, ni de quien ha sido la iniciativa. Pero allí están en el interior de la torre, Mar y Alonso, sentados, hasta que los ladridos del perro, más que el oro de la tarde, levantan a la niña de su piedra.

— Me voy, se hace tarde.

— ¿Te vas ya?.

— Si. Gregorio me está buscando.

— ¿Quién es Gregorio?.

— ¡Mi perro! — dice Mar como si no hubiese otra cosa más natural.

— Y tu, ¿cómo te llamas?.

— Mar.

— ¿Vas a volver?

Mar no entiende bien la pregunta. Se encoge de hombros y, mientras sale corriendo en busca de su perro, dice:

— ¡Claro!.

La noche ha pasado en blanco para Alonso. La luz del amanecer empieza a entrar por la abertura de la torre. Como cada día, el templario, se dispone a bajar a la cripta. Apenas ha descendido dos o tres peldaños, se detiene. No recuerda cuando apareció la niña ni qué hora era. Vuelve tras sus pasos y se sienta en la misma piedra que ocupó frente a ella aquella tarde.

Sus ojos, detrás de la reja que forma la celada, escrutan el exterior. Y espera...


martes, 17 de noviembre de 2009

Soñemos un momento

La FAO advierte sobre la distribución de recursos... Mas de 1000.000.000 de seres humanos pasan hambre... La Cumbre USA-China condenada al fracaso... Las emisiones de CO2...
Vamos a hacer un guiso con sentido,
sin asador al que echar carne,
ni huesos que no sean de santo:
un caldo de cultivo sin veneno.

Sin pensar la famélica sabana
como un plato de arena;
la selva miserable, una ensalada;
la guerra, el condimento de la vida.

Soñemos un momento
que los niños no mueren.
O que esta tarde en el cine dieran sesión doble,
y que las balas son de chocolate.

Que un nuevo diluvio se apodera de los hombres
que maltratan la tierra.
Que nunca despertamos de ese sueño
y que, de una vez, se acaban los diarios.