Se que debía esta crónica. Quizá no es la que se esperaba: pero es la que he sentido.
Nos dan las 12 en la cubierta superior del barco, entre risas y voces que suenan en un idioma extraño y perfectamente inteligible por la cercanía de las pieles morenas. Fumamos de uno u otro paquete, porque en la cubierta de arriba se puede fumar. Abajo, la vida trascurre de manera distinta, callada, más culta y tranquila. Hay menos risas y se descansa. Porque quienes lo hacen sienten esa necesidad.
No me siento extraño en ningún lugar. Pero arriba me siento más yo; quizá porque puedo fumar. O puede que solo sea porque esas risas de la tripulación me suenan más cercanas. Sus manos, sus palabras que Sonia me va traduciendo noche tras noche, el regalo de su cercanía en esas horas, hacen que este viaje me sepa a necesario.
Nada de lo que sucede en el barco me es ajeno. A pesar del cansancio que produce bucear tres o cuatro veces al día, no puedo dormir sin vivir un poco en cubierta, sin saborear la vida que se me está ofreciendo delante. A veces en forma de enfermedad. He tenido que agradecer la suerte de mi profesión que me ha servido de puente para tocar, oír, hablar, curar... Y para disfrutar de las sonrisas cómplices.
Si Adel se enferma y todo son carreras y miradas de angustia que buscan en mi una respuesta. Y si yo me siento tan solo ante esa ansiedad y trato de dar una imagen de seguridad; y si lo consigo... Si Hamada, pese a su terrible infección de oídos, ojo y nariz me sonríe cuando le pregunto si toma las medicinas que le mandé. Si Mahmoud me ofrece un cigarro de su paquete nada más salir de bucear y, encima, pone en mis manos el timón de la “Zodiac” y me deja patronear en ese gesto de amistad y confianza. Si todo esto sucede, ¿qué puedo oponer cuando la noche me invita a sentarme bajo el cielo y escucharlos hablar en un idioma que desconozco pero que siento como mío?
La voluntad se contagia cuando el medio no está contaminado.
Por eso hemos asistido en estos días a un fluir de sentimientos que, más o menos libres, se han desatado. Algunos se preguntarán si el objetivo de mi viaje era o no bucear. Porque, es cierto, parece que ese fin no fuera importante. Habré de responder que, a veces, las razones iniciales no lo son todo. Más aún: muchas veces estas razones pierden su sentido sobre la marcha para que se nos permita alcanzar otras más plenas, mucho más sabrosas. Es, en realidad, cuestión de saber vivir los sucesos sin más predisposición que la de aprender.
He vuelto al Mar Rojo después de 3 años. Y ahora sé que volveré de nuevo. Porque es cierto que los miles de buceadores que visitan estos fondos cada año, los van deteriorando, contaminado, destruyendo sutilmente. Pero también he comprobado que las personas que viven allí siguen teniendo algo que me falta. O que tengo arrinconado en algún lugar bastante olvidado de mi ser. La arena sigue siendo blanquísima; los peces tienen unos colores inigualables; la luz no se puede describir. Pero las gentes que nos han hecho posible este viaje, esas no se encuentran en cualquier lado.
El día de nuestro regreso, 13 de Diciembre, cumplía 58 años. Y, mientras comíamos en Madrid y un grupo de buenos amigos me felicitaban, seguía preguntándome qué diablos hacia yo allí si mi corazón cada vez anda más repartido por los lugares que voy visitando, aunque sean repetidos.
Siempre hay algo nuevo en cada sitio que me va enamorando. Espero que algún día de estos no llegue a escribir la crónica de mis viajes, simplemente porque ya no haya regresado, porque me haya quedado, definitivamente, al lado de la vida.
21 comentarios:
Bienvenido, bienvenidos. Una crónica siempre va de dentro a fuera, aunque a los receptores, a algunos receptores, los llevemos con nosotros de viaje permanente. Se que a vuestro regreso la tristeza se ha mezclado con la alegría de la experiencia pasada y el recuerdo ha cambiado de color. Nada es permanente, quizás solo la memoria. Conservarla, cuando está llena de luz, nos alumbra y nos empuja a seguir. Y compartirla es un acto de amistad. Un abrazo y que el 2010 nos haga valorar lo importante y nos llene de tolerancia y sabiduría. Un abrazo.
Estimado Manuel.
Mucho he esperado esta crónica. La espera ha sido larga. A veces he pensado incluso que te habías olvidado de la promesa.
Pero no, aquí está la historia de un viaje, breve, pero intensa, tan intensa que, al final, el lector también se queda allí, con esas personas que no hablan, sólo cantan, cantan una canción de palabras incomprensibles, pero una canción que está, de una manera misteriosa, dentro de nosotros mismos, como si todo fuera una misma cosa llamada hermandad, una unión simbiótica con lo distante.
La vuelta siempre es difícil, siempre es un despertar con puntilla. Un no ser de nuevo, o un seguir siendo lo que a uno le dejan ser.
Un abrazo. Gracias por tus palabras.
Muchas felicidades, Manuel. Espero que vengáis con las pilas bien cargadas porque 2010 tiene pintas de venir con mucha actividad.
Un abrazo.
Las cosas han hecho que tardaras en compartir esta maravilla de crónica. Es posible describir los peces, el mar, lo que sientes ahí debajo, pero si tu sentimiento mayor era este, esta es la crónica que yo quiero leer.
Madre mía 58 años... jajaja. Un beso grande
Querido amigo Manuel:
Como bien sabes yo no participo en la tertulia que se ha montado entre algunos de los blogs de la Blogsfera, pero no falto a la llamada de un amigo.
Podríamos definir la palabra "recordar" como un volver
a vivir experiencias pasadas.
Te felicito por tu viaje "en vivo"
y por la recreación que del mismo nos ofreces.
Un fuerte abrazo de tu siempre amigo Miguel
Felicidades Manuel, por tu cumple y por lo bien que ha resultado todo. Que pases unas buenas Navidades y nos vemos en enero (D.M.)
Manuel, gran crónica con la que demuestras que tú si sabes viajar.
Porque viajar es más que souvenires y bellas fotografías, porque los países los hacen sus gentes, porque no hace falta traductor para compartir una sonrisa, porque los juegos de los niños no entienden de idiomas...porque un buen viaje es cuando traes las maleas llenas de sensaciones y sentimientos.
Entiendo tu pesadumbre al volver. Yo cuando viajo siento que un trocito de mí se queda en cada lugar, a cambio, me traigo un poco de arena...te parecerá una tontería, pero de esa manera me siento más cerca.
Un abrazo y bienvenido.
Hola Sagitario: Me he emocionado al leer este relato donde, en cada palabra escrita, afloran tus sentimientos. Me alegra saber que la experiencia en el Mar Rojo ha sido positiva y que volverás algún día a soñar entre sus aguas. Manuel, como tú bien sabes, la vida está llena de episodios oscuros. Por suerte, en tu viaje has visto su otra cara, ésa que está llena de colores. Y me alegro por ello.
Besos,
Mila
Sabía que aunque me quedara en tierra, estaría allí como si lo hubiera vivido. Esperaba esta crónica y por fin llega. Si quiero saber dónde está busco en google o voy pero para saber de verdad lo que se siente, sólo tengo que leerte.
Un fuerte abrazo.
Bienvenido Manuel. Estoy de acuerdo completamente contigo en que sobre el paisaje de las zonas que se visitan siempre sobresalen las personas con las que compartimos esos momentos de felicidad del viaje.
He visitado tu blog tantas veces esperando esta crónica que la poesía que dejaste antes de marchar casi la he hecho mía.
Sólo deseo que a vuestra vuelta "los días que se han vuelto torpes y han derramado un alud de oscuridad imprevista" vayan dando paso a otros más ágiles y de inmensa claridad.
Esta vez que el abrazo sea más intenso y sentido.
Preciosa crónica, Manuel; escrita no sólo desde los ojos sino además desde el corazón; desde esas sensaciones impalpables pero que tú describes tan bien. Y muchas felicidades por tus 58.
Lo dicho, el año que entra tenemos pendiente conocernos in person. Ya conozco a tu Rosa; has elegido muy bien, tío.
Querido Emilio, en una hermosa novela de Jose Luis Sanpedro (la Vieja Sirena) el autor ponía en boca de uno de sus personajes esta frase. “en las fronteras, la vida es más intensa”.
Y creo firmemente que así es. Por eso deseo que mi vida siga discurriendo por la frontera de cada lugar que habito.
Gracias por estar siempre cerca.
Santiago, si yo supiese escribir la mitad de bien que lo haces tu, seguro que podría componer un hermoso relato sobre esas noches de cubierta, esas voces que no se entienden pero se sienten hondas, traducidas por la franca sonrisa de quienes hablan.
Espero tener el coraje de seguir siendo y, sobre todo, el valor suficiente para nunca, nunca, dejar que me hagan ser algo distinto de lo que mi voluntad me dicta.
Un gran abrazo.
Querido Pepe… ¿Qué hago con tu guitarra????. Gracias por visitarme y dejar tu huella en mi página. Pero oye, en serio, que esa guitarra me gusta mucho y me entran malas tentaciones, ¿eh?
Oye, sobrina, que 58 no son tantos… Un respeto a tu tio!. Como no vengas el 16 me sentiré fatal, que lo sepas.
Por si acaso, te dejo aquí un beso grande.
Gracias, Miguel y Antonio, por volver a pasaros por esta casa. Espero que en un par de semanas pueda felicitaros el año en directo.
Mª Carmen, Alicia, gracias por vuestra presencia y vuestras hermosas palabras. Siento haber sido tan tardón en aparecer, pero uno no siempre dispone de su tiempo como querría. Un beso. Os deseo unas felices fiestas.
Si, Mila, hay colores más brillantes que otros. Pero no olvidemos que la oscuridad es la que da sentido a la luz. Sin aquella, esta no sería apreciada. Nos vemos en unos días. Feliz Navidad.
Javier, trataré siempre de llevarte de viaje conmigo, aunque sea contándote las cosas que me hicieron sentir por esas tierras más o menos lejanas.
Un abrazo entrañable. Felices fiestas.
Ana: Gracias, gracias y… gracias… Vale que los 58 hay que aumentarlos poco a poco. Y vale que la chica vale… pero no se lo digas a ella, que luego se pone… uffff!.
Un beso. Se feliz.
Querido Manuel, acabo de incorporarme a esta faena de escribidor, que lleva aparejado el eterno ejercicio de leer. He leído tu crónica, llena de sentimiento, llena de escenas emotivas, habitadas por la vida que dejan los años con su caminar. Ya te dejé mi felicitación en el blog de Pilar, y ahora lo que más ocupa el manantial de mis reflexiones es el final de tu crónica. Por nada quisiera que dejaras de vivir esas experiencias pletóricas de todo, pero por nada quisiera que no regresaras, y menos que te quedes definitivamente al lado de la vida. ¿De qué vida, Manuel? Por favor, que sea al lado de la vida que se vive.
Un abrazo.
Alex
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