
Nunca supo donde perdió los pasos.
Con frecuencia
mira viejos papeles
y vuelve la cabeza hacia otro lado.
A solas, como siempre,
el tiempo vacía su piel a jirones
y pregunta al revisor: ¿cuanto falta?.
Reconozco que hay momentos sublimes en los que creemos que casi todo nos da lo mismo. No es verdad, ya lo sabemos, pero mientras dura esa sensación, nos recorre el cuerpo una noción de libertad casi mística. Y creemos ser felices. Por unos momentos.
Yo, que me tengo por concienzudo, en los intermedios, trato de sistematizar el galimatías de sentimientos pernisosos del desamor, por ese ansia científica mía de hacerlos reproducibles. O sea, que pienso y pienso a ver cómo consigo recuperar los momentos felices desde aquellos otros en los que me siento desgraciado.
Y no hay manera. Algo debe fallar, porque cuando estoy que da pena en la cuestión de los ánimos, no hay forma de mejorar la situación. Un día de estos acabaré por tirar la toalla y decir aquello tan murciano de “lo que é, é” (traducción al castellano: “lo que es, es”).
Pero lo que me hace sentir más torpe aún es que tengo distintos recursos muy a mano para mejorar (teóricamente) las situaciones. Me gusta estar con los amigos, tomar cervezas o copas, pintar, escribir, escuchar música e, incluso, pensar en la musaraña. Y no hay forma, los chuzos van a donde van.
Juro que esto no tiene nada que ver con la crisis: es algo que me acompaña desde siempre. Y me da grima pensar que es una incapacidad congénita mía. Hay quien, periódicamente, me manda al psicólogo o al psiquiatra, según ande su propio estado de ánimo o su rencor. Yo personalmente creo poco en los psicólogos y nada en absoluto en los psiquiatras. Por eso sigo tratando con ahínco de recordar en cada momento cómo eran las cosas la última vez que fui feliz, y recobrar ese camino. No siempre es posible. Invariablemente alguien de tu entorno más cercano y afectivo, se opone a esa voluntad esgrimiendo el arma de sus últimas voluntades. No soy yo de dejar las cosas en manos ajenas, pero es que, madremiademialma, a veces es muy difícil superar ciertas zancadillas.
Como esta reflexión no tiene corolario, ni los sentimientos que la animan están por desaparecer, os dejo el bolero de Sabina como voz de dudosa esperanza. Y si a alguien se le ocurre una receta maravillosa que alivie los males del alma cuando uno se encuentra frente al des-alma-do, que tenga la bondad de escribirla.
Será muy de agradecer.