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domingo, 22 de noviembre de 2009

EL CUENTO DE MAR (Gracias a Javier Ribas)

Es dificil para mi negarle nada a Javier Ribas. En este caso la propuesta era encantadora: había prometido un cuento a su amiga MAR. Puede que no sea este un cuento de princesas al uso; pero mo me cabe duda de que es un cuento de caballeros, que es lo más cercano a ese sueño de castillos y dragones. Esta vez me acompaña Mark Knopfler.



EL CABALLERO DE LA TORRE

El caballero sube desde la cripta hacia la estancia al oír ruidos en el exterior. Han pasado muchas horas desde la madrugada en que se postró ante el sepulcro para orar. Su cuerpo, entrenado para la austeridad y la guerra, no muestra rastro de fatiga. Se mueve ágil al subir la espiral de la escalera que, poco a poco, va anunciando la luz tamizada que alumbra la sala principal de la torre. Todo en él es fuerza y poder bajo su sobrio manto y la pesada armadura que viste, de los cuales no ha de despojarse jamás.

Alonso sube pausadamente los escalones y es como si hubiese iniciado un viaje hacia el pasado, ese pasado que vive junto a él, pegado a los muros de aquella torre. Se mezclan sonidos de guerra y gritos de angustia en su cerebro; el eco de pasos que llenan salones reales y, más que nunca, el sabor acre de la arena del desierto en Jerusalén.

Escucha su propia respiración, solemne, a medida que asciende peldaño a peldaño, y su mano ha ceñido el puño de la espada que cuelga cerca de su pierna derecha desde siempre. Al menos eso cree el Templario: aquel acero ha estado a su lado tanto tiempo, que se ha convertido en otro apéndice del guerrero.

Por un extraño azar, acude a su mente el desfiladero de Qurum-attun. Tierra Santa, 1187; a las órdenes de Guido de Lusignan. Saladino aplasta a las fuerzas templarias y hospitalarias. Alonso Miñarro revive por enésima vez el dolor de la enorme herida de su hombro izquierdo; la sangre manando de ella hasta teñir la arena que le sirve de sudario; el retumbar de los cascos a su alrededor. Luego, la oscuridad de la noche y el frío intenso sobre su cuerpo muerto, ahora tan vulnerable. Los ojos cerrados bajo el yelmo que protegió su cráneo en la batalla.

Escucha de nuevo el ruido que lo sacó de su oración: los ladridos de un perro y, bajo ellos, una voz incomprensible, leve, que se mezcla con la luz de la tarde. Ha escuchado ladrar a muchos perros y aquel sonido tiene algo de especial que el soldado no llega a comprender. Cuando alcanza el último de los escalones que ascienden desde la cripta, aún no ha desentrañado el misterio. Pero solo van a hacer falta unos pocos pasos para que comience a entender. El sol que entra por el lucernario superior de la torre, arranca un reflejo a su armadura cuando Alonso se sitúa frente a la única abertura que comunica con el exterior, protegido en la oscuridad.

Fuera, la pequeña Mar se ha parado al creer ver un destello en el interior de la torre. Si, está segura: lo ha visto. Su manita sujeta inútilmente la correa del perro que, ajeno, corre por el bosque, y mira hipnotizada aquella abertura negra que rompe la arquitectura compacta de la torre. Pasan segundos o años: el caballero y la niña se sienten atados a sus pies. Han dejado de ser dueños de la voluntad que podría impulsarlos a avanzar o bien a huir de aquel lugar. Detrás de la reja que forma la celada del caballero, sus ojos acostumbrados a escudriñar la noche, permanecen fijos sobre el pequeño cuerpo que, en medio del bosquecillo, parece una estatua perfecta. La mano que ciñe el pomo de la espada se crispa y, un segundo más tarde, cede la fuerza y los ojos de caballero se vuelven curiosos.

Mar ha comenzado a andar, decidida, hacia la Torre. Alonso, con un escalofrío, vuelve a notar la tensión en su mano y el corazón se acelera. La luz que atraviesa el yelmo dibuja líneas oscuras en sus ojos que, instintivamente, tratan de buscar un refugio. Algo le ha detenido: acaba de sentir vergüenza. Él, guerrero en decenas de batallas, la presencia que aterra al enemigo, está tratando de huir de un ser indefenso: una niña pequeña. Sin lograr que el miedo escape de los ojos libra su mano de la espada y asienta los pies sobre el suelo de aquella estancia que lleva siglos recorriendo. Espera.

No muestra el más mínimo asombro: es como si para la pequeña, después de haber entrado en un castillo medio derruido, lo más natural fuese hallar la figura real de un guerrero. ¿Cómo te llamas?. Y Alonso suda y duda y el brazo izquierdo hace un inútil movimiento hacia la espada y, sin voluntad murmura “Alonfo”. ¿Quéeeee? — es la respuesta incrédula de Mar —. “A-lon- fffo” — intenta puntualizar en un tono algo más alto el templario —. ¡Eso no es un nombre!. ¿Vives aquí?. ¿Qué haces?. ¿Por qué vas vestido de esa forma tan rara?.

Alonso se siente mareado. Lleva siglos sin oír voz alguna y aquel pequeño ser, que lo mira fijamente desde abajo, pregunta y pregunta cosas para las cuales no tiene respuesta. Porque él nunca ha tenido que dar respuesta a las cosas que suceden en la torre. Ni siquiera sabe por qué está allí: simplemente está. No sabe por qué cada día se postra ante el sepulcro de la cripta ni quien yace bajo aquel túmulo. No sabría decir por qué ora ni desde cuando lo hace. Está sintiendo cosas que no puede interpretar. Por ejemplo: su corazón se comporta como cuando entraba en combate. Late con fuerza, muy deprisa. Siente temor y placer y todos los músculos se tensan sin dolor.

Mientras tanto, Mar sigue preguntando cosas, distraída, sin esperar respuesta del caballero que la contempla abatido desde la protección de su yelmo. Se han sentado, ni siquiera sabe por qué, ni de quien ha sido la iniciativa. Pero allí están en el interior de la torre, Mar y Alonso, sentados, hasta que los ladridos del perro, más que el oro de la tarde, levantan a la niña de su piedra.

— Me voy, se hace tarde.

— ¿Te vas ya?.

— Si. Gregorio me está buscando.

— ¿Quién es Gregorio?.

— ¡Mi perro! — dice Mar como si no hubiese otra cosa más natural.

— Y tu, ¿cómo te llamas?.

— Mar.

— ¿Vas a volver?

Mar no entiende bien la pregunta. Se encoge de hombros y, mientras sale corriendo en busca de su perro, dice:

— ¡Claro!.

La noche ha pasado en blanco para Alonso. La luz del amanecer empieza a entrar por la abertura de la torre. Como cada día, el templario, se dispone a bajar a la cripta. Apenas ha descendido dos o tres peldaños, se detiene. No recuerda cuando apareció la niña ni qué hora era. Vuelve tras sus pasos y se sienta en la misma piedra que ocupó frente a ella aquella tarde.

Sus ojos, detrás de la reja que forma la celada, escrutan el exterior. Y espera...


20 comentarios:

Pilar dijo...

Cielo, me encantaría que me contaran este cuento. Es encantador!! Y la música tan bien buscada!! ¿Continúa? Es que quiero que Alonso no se quede solo. Jjaja, gracias por estos regalos!
Un beso...

Manuel dijo...

Pilar: si tu fueses Mar, ¿volverías a la torre para seguir charlando con Alonso?.

Ese es el secreto de las niñas curiosas y aventureras.

Gracias por estar siempre cerca. Un beso.

Santiago Solano dijo...

Me gusta, Manuel, ¿qué quieres que te diga?
Muy bien el suspense.
Incluso el final, un final abierto.

Un abrazo.

Manuel dijo...

Gracias, Santiago. Esas palabras, viniendo de ti, son todo un incentivo para continuar investigando, de vez en cuando, en el mundo del relato.

Por suerte nos vas dejando rastros inequívocos para poder llevar a buen puerto estos intentos.

Un abrazo.

Mari Carmen dijo...

Magnífico relato Manuel.
Consigues que me arrastre bajo la pesada armadura, sintiendo el espíritu de Alonso desbastado por la guerra. Ese espíritu errante, perdido en una realidad que le es ajena, hasta que la pequeña Mar le atrae hasta nosotros.
La pequeña Mar, con su inocencia y sus mundo de fantasía, donde todo es posible.
Espero que Mar continúe visitando al errante caballero y le cure las heridas, separándole de la cripta y atrayéndole a La vida.

Un abrazo.

antonio castillo dijo...

Manuel, me ha encantado. ¿Hay segunda parte? Sería estupendo que la amistad de Mar consiguiese salvar a Alonso.

Anónimo dijo...

Manuel, me parece un cuento maravilloso y para todos los públicos. Yo también he escrito uno, fruto de la inspiración que me produjo la fotografía de la niña. Lo he titulado "El Secreto de Alicia". Su temática es tan infantil, que sólo es apto para corazones inocentes; o sea, como, los nuestros, jajaja

Un beso.

Mila

Alicia dijo...

Manuel, sé que trabajas cada vez mejor el verso. Se lo he oído decir varias veces al gran maestro Enrique. Sin embargo a mi me cautiva tu prosa. Esta historia es una prueba irrefutable de cómo eres capaz de entretejer, no las palabras, si no ¡esas palabras! El vocabulario tan culto, y preciso enriquece el texto. Además, con los adjetivos utilizados, ha sido doble disfrute el ir poniendo imágenes a la lectura.

Nos has dirigido partiendo desde la descripción inicial austera del templario y, de la mano, cómo sin darnos cuenta, nos has encaminado hasta llegar al mundo de la ternura.

Como final, un momento estático y a la vez con tanta vida…con esperanza.

Me ha encantado.

Un abrazo

Manuel dijo...

Gracias Mª Carmen. Creo que relatas con las palabras exactas mi sensación mientras escribía.

Yo, que desde pequeño, he estado cerca de la sepultura de Alonso Miñarro; que he pasado cientos de veces junto a esa torre templaria que habita, pude escuchar en la noche, mientras escribía, el ruido de su armadura, su respiración solemne, y pude ver sus ojos tras la celada...

Aunque me temo que Mar crecerá y se irá a bailar a la discoteca.

Gracias por estar aqui. Un beso.

Manuel dijo...

Amigo Antonio: yo creo que Alonso no sufre condena alguna y, por tanto, de nada hay que salvarlo.

Alonso vive eternamente su sueño templario: el rito de la orden guerrera a la que pertenece. Ora y vigila. Eso es todo.

Este no es mi cuento: es el cuento de Javier Ribas. Si alguien ha de darle continuidad es él y solo él.
Para mí ha sido un placer escribir el relato y celebro que, para algunos de vosotros, haya sido un placer leerlo.

Un abrazo, buen amigo.

Manuel dijo...

Alicia: mira que (como le escribía hace unos minutos a Santiago apropósito de sus "Diez Mandamientos")he tratado de huir de los adjetivos. Pero nada, no lo he conseguido.

Y, ¡zas!, tu me los recuerdas ahora. Se que con todo cariño.

Bueno, prometo usar menos en el próximo relato, sea cuando sea que este llegue.

Gracias por visitarme.

La Solateras dijo...

Un tierno y sugerente relato, Manuel. Siempre he creído que un buen poeta -como es tu caso- también sabe escribir prosa, aunque no siempre al contrario.

Enhorabuena.

Mari Carmen dijo...

Ya te dije que era un magnífico relato.
Si he conseguido plasmar tu sensación mientras escribías, y la he sentido como mía, es que has hecho un buen trabajo, enhorabuena.

No tengas temor, Mar crecerá y se irá de discoteca...pero D. Alonso quedará a la espera, como un padre displicente, esperando su regreso al alba y disfrutando de una merecida jubilación.

Un abrazo.

Alejandro dijo...

Querido Manuel, tu cuento es de los que no se olvidan. Te diré que desde el principio has apresado mi atención para seguir leyendo con interés y deleite en busca de un desenlace apropiado. Cuando los lectores se sienten así de cautivos ante un texto, la calidad habla por sí misma. Has querido terminar con un final abierto; ¡bien! porque así el contenido, la intensidad y la carga emocional salen del castillo con el temor de Alonso y regresan con la ternura de Mar. Muy bueno, Manuel. Enhorabuena.

Un abrazo.

Alex

Manuel dijo...

Bueno, Ana, yo creo que no escribo bien ni lo uno ni lo otro. Vosotros sois buena gente generosa.

Pero me divierto mientras escribo y disfruto mientras os leo. Eso es lo mejor que tengo.

Gracias, siempre, por asomarte a mi casa. Ya sabes que la tienes abierta.

Manuel dijo...

No hay temor en mi, Mª CArmen.

La esencia humana está muy acostumbrada a poseer. Parece que todo está en su sitio si las cosas son lineales, si se ajustan a esa lógica cartesiana que nos empapa hasta los tuétanos.

¿Y si la visita de la pequeña solo (ni más ni menos) hubiese sido el aliciente para sacar a Alonso de su quietud?. Puede - piénsalo - que su vida cambie no en el sentido que creemos, sino que, por ejemplo, se decida a mover por fín aquella piedra que había en la cripta, que él sabía inestable y que nunca tuvo curiosidad de investigar.

Quien sabe...

A veces, el solo movimiento hacia la curiosidad, da origen a toda una civilización, ¿no crees?.

Manuel dijo...

Alejando, tienes un corazon tan grande como ese cuerpo que lo alberga.

Gracias por tu comentario. Solo con saber que alguien haya podido pasar unos minutos agradables, hace que merezca la pena haber escrito este pequeño relato.

Sigo diciendo que el culpable de todo no es más que Javier. Y el muy... anda escondido sin dar la cara.

¿Estará trabajando?

Un gran abrazo.

Mari Carmen dijo...

Tienes razón Manuel.
Gracias a esa curiosidad que invade el espíritu de algunas persona, puede dar origen a toda una civilización o localizar alguna de las que consideramos civilizaciones perdidas.
Gracias a la curiosidad de Champollion, tenemos una joya del lenguaje y la trascripción, como es la piedra Roseta. Una maravillosa puerta que nos ha permitido trasladarnos al antiguo Egipto.

¿Quién sabe lo que pudiera ocurrir si Alonso moviera la losa?...interesante.

Un abrazo.

Emilio Porta dijo...

"Porque él nunca ha tenido que dar respuesta a las cosas que suceden en la torre. Ni siquiera sabe por qué está allí: simplemente está"
Manuel Martinez-Carrasco

ES TAN BUENO, TAN MAGICO, TAN COMPLETO el relato...que no hay nada que explicar. Sólo leerlo, respirarlo, pensarlo, asumirlo, interiorizarlo.
Es la Historia, el instante antiguo que se hace presente, el presente que no sabe que está inmerso en el pasado, es la ruptura del tiempo y el recogimiento de la vida, es el cansancio, el sueño, la esperanza...es Literatura con mayúsculas. Es de lo mejor que he leído hace mucho tiempo.

Manuel dijo...

Gracias, querido Emilio. Yo solo escribí algo que me vino a la mano. Tu pones la belleza en esas palabras escritas con tu comentario.

No habría encontrado mejor manera de describir lo que iba sintiendo a medida que las palabras fluían: el instante antiguo..., la ruptura del tiempo..., el cansancio, el sueño...

Gracias por tus palabras y por tu cariño.