Como este canto, canción o libro - que nada importa desde donde se lea - os dejo mi homenaje a la lectura, al canto, a la expresión que nos une... Al libro, en fin, que es nuestro pan.
La canción es la amiga que me arropa y después me desabriga; la más clara y obscura, la más verde y madura, la más íntima la más indiscreta. La canción me da todo, aunqe no me respeta: se me entrega feliz cuando me viola. La canción es la ola que me eleva y me hunde, que me fragua lo mismo que me funde. La canción compañera, virginal y ramera, la canción.
Comenzamos un día por los tiempos de siempre y todavía; comenzamos felices a juntar cicatrices, como buenas señales de los años, y, peldaño a peldaño, levantamos paisaje sin excusa, sin ruego y sin ultraje. ¿Quién se atreve a decirme que debo arrepentirme de la esperma quemante que me trajo? Porque sangra de abajo yo no vendo ni rajo mi pasión.
Entre drama y comedia he llegado trovando a la edad media; torpe, pero sincero, aún no soy caballero (y que el cielo me libre de cordura) No me embriaga la altura ni me aburren los sueños; no es por moda que estallo y que me empeño. El amor sigue en brete y el camino a machete, más no lloro por tal ni me amilano, si conservo mis manos, mi sudor y el humano corazón.
Con esa vocación de dios de las cosas, fue dando nombre a cada bestia, vegetal o accidente que encontraba. Hasta detenerse ante el silencio. Y lo llamó silencio. Y se detuvo ante él.
Vio entonces que el silencio no era objeto, ni bestia, ni accidente. Vio una puerta que guardaba universos no nombrados y, en ese preciso instante, cayeron a los pies del que nombra las cosas, todos los siglos de cansancio ya pasados.
Y ya no supo qué nombre darle a cada matiz del rumor de las aguas; a cada sonido distinto del viento; a cada color reflejado en millones de atmósferas. Al gesto cambiante de las bestias que intentaba trasladar al de sus semejantes, sin serlo.
Así que cerró tras de sí la puerta de nuevo, pensando que el propio silencio iría nombrándose en sus formas infinitas. Exhausto, se entregó a la tierra. La distancia iba aumentando sin cesar, separándolo de todas la cosas, estirando la raíz hasta arrancarla de cuajo.
Debe ser la muerte, nombró por acercar la razón a ese torbellino. O el sueño al que mi ser, agitado por tanta incertidumbre, me arroja.
Siguió el silencio que se impuso sin necesidad de abrir puerta alguna. Como una respuesta tardía, esencial, se le dispersó por el ser otra esencia luminosa.